-Aquí todos estamos locos. Yo estoy loca. Tú estás loco. - ¿Cómo sabes que yo estoy loco? - Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Un febrero


Y miré el cielo, y me pregunté, ¿Cuándo fue la última vez que vi formas en las nubes?


Una pregunta de lo más libre. Pero, no solo pregunte, recordé días y días de lluvia, días de no ver el sol o nubes solitarias en forma de corazón.
Las gotas caían estallándose contra el suelo como si de bombas se trataran.


Mi cuerpo goteaba empapado por el agua bajo el negro y furioso cielo. Creía escuchar voces dirigidas a mí en ese instante, voces desde lo alto, hasta donde la vista no puede llegar. Mil sensaciones, visiones, sentimientos, mentiras, crueldades, actos de rencor, mil momentos removiendo mi mente, filtrando mis argumentos de tiempo atrás. 
No dejaba de oír palabras que atacaban mi oscuro pasado…
Calló entonces la niebla.
Ciego por el mundo sin orientarme, perdiendo el contacto de las manos que me sujetaban al borde del abismo.


Ya no esperaba que saliera el sol, es más, intenté acordarme del brillo, calor, la sombra de árboles, edificios, figuras seguidas por estas sombras de gravedad cero.
Para algunos el sol naciente era ilusión a un nuevo día, para otros una nueva etapa de dolor y tristeza.


La tormenta no cesaba ni cesaría en la lucha continua de mí hacer, seguiría hasta la muerte con la misma identidad, con mi destino fijado, con el regalo que me dio esa noche, con el drama oponiéndose ante nuestros ojos cristalinos.


Fue dicha la elegía desde entonces, pues muero por lamento si no llueve otra vez, y otra, y otra, y otras cuantas a tu lado.
Dime quien consumió nuestro camino día y noche y te diré lo que ya sabes.

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